Ya son demasiadas las ocasiones que, boquiabiertos, desde el sofá de nuestros hogares, asistimos a la noticia de cómo, vergonzosamente, una joven ha sido VIOLADA por un grupo de jóvenes desalmados y sin valores alguno. El enésimo caso, hace unos pocos días en Ontiyent.
El cayo moral de la mayoría de nosotros, espectadores, fraguados por recibir continuos impactos de sucesos cruentos, hace que, como mucho, alcemos la mirada por unos instantes y asistamos -ligeramente contrariados- a la narración de cómo ocurrieron los hechos.
Como mucho, un exabrupto al aire “que hijos de p….” . Instantes después el frenesí informativo arrastra otro titular y nuestra mente reposa del desaire manifestado en ese “cero coma”.
Meses más tarde, la sucesión de imágenes, en la caja que gobierna nuestros salones, sigue siendo triste, deprimente. La periodista lee; la sentencia no aprecia violación sino abuso…
Desde luego nuestra sociedad ha de plantearse que su sistema judicial es -desde luego- mejorable, con vacíos y contradicciones que urge reparar por el bien y la protección de su fin maximo…; la integridad física de las personas. Todos hemos de asumir este objetivo de forma prioritaria, urgente y necesaria.
Ahora bien…, hay una labor que está completamente en nuestra mano, nunca mejor dicho. Quizás, el mal está en nuestros salones, en nuestros bolsillos y en nuestra mano. Prendemos nuestros televisores y se relativizan las escenas de sexo, asaltándonos mil y un “edredonin” en los “realities” de mayor audiencia. Accedemos al historial de navegación de los ordenadores de nuestros adolescentes y pueblan mil y una “url” (direcciones) de páginas con contenidos para mayores y si nos adentramos en los móviles de nuestros/as hijos/as vemos cientos de vídeos donde los estereotipos del porno le asignan tristes roles a hombre y mujeres que no tienen nada que ver con la realidad, cuerpos de grupos de hombres teniendo sexo con una desconocida, cumpliendo sus fantasías y dando placer en una fingida escena donde la sumisión de la mujer se retrotrae décadas a nuestro tiempo. El onanismo nunca ha sido tan precoz, tan des coordinado con la realidad física temporal correspondiente a la edad. Miles de “tik-tok” con reggeaton de fondo mientras nuestras adolescentes se aferran al “tuerquin” como nuevo símbolo de feminidad y coqueteo. Letras latinas donde el “macho” poderoso impone, marca, hasta como ha de ponerse una mujer “pa gozal”.
Ni Stanley Kubric, machacaba y condicionaba con tanto tesón y maquiavelismo el subconsciente de Alex en “la naranja mecánica” … La industria de la imagen, del instante, de lo efímero, de las marcas, la música y lo exclusivo nunca tuvieron una herramienta tan potente para sellar nuestras mentes, la de nuestros jóvenes donde solo lo exclusivo gusta, solo el lujo, donde el mundo del “like” crea una población vanidosa atrapada en el número de seguidores y esforzándose en mostrar culos y más culos a valor de “likes”, muchos “likes”.
Este giro y evolución tecnológica, curiosamente ha retrotraído ciertos patrones, no podemos seguir tolerando socialmente que nuestros adolescentes sigan viendo, como normal, actitudes peligrosas, delictivas donde imponer el poder al otro “mole”, donde el bullying sea bienvenido en redes y donde se asuma que los “machos” puedan violentar en fiestas y bacanales a su género opuesto.
En la obligación de todos está poner los medios y mecanismos para evitar la continuidad de los tristes titulares referidos, serán los deberes de nuestra sociedad, de quienes somos padres y de nuestras administraciones. Tenemos deberes, en estos instante convulsos, donde la pandemia y los pulsos políticos ocupan la actualidad, tenemos la tarea de desarrollar los mecanismos institucionales de defensa para nuestras mujeres y para combatir algo ya inoculado, ese movil que es parte del ADN.
Francisco Gallardo
Concejal del Partido Popular en el Ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid