Doce de la mañana, centro hípico, terraza frente al picadero, sillas de camping, olor a absoluta paz y quietud, aroma a jazmín y establo, silencios interrumpidos por el diapasón de un cepillo que “inmacula” las caballerizas. De vuelta; la ilusión, convertida en una gran sonrisa tras dos largas coletitas. Retoma sus clases federadas -encima de “mortadelo” – nuestra hija mayor. Me pregunto, si tras tantos días explicando que no podíamos ver a “mortadelo” porque había un bichito fuera de casa, si nuestra hija, estará valorando esta vuelta a una aparente “normalidad”.
Lunes pasado, doce de la mañana, “break” dentro de la jornada… sudor semi-frio, ansiedad y la boca totalmente seca, extremadamente seca y auto-oliendo mis exhalaciones (no sabia que una mascarilla pegada a la boca por horas, causara esa sensación de agriedad), las pupilas dilatadas y balbuceando pido un café; “sólo, por favor”.
Me siento con la impaciencia de un nene y el consabido “llegamos ya?”, aparece una taza tostada, chiquitita pero que abarca el prisma de tal forma que la camarera queda distorsionada, en un segundo plano. El aroma del recipiente se acerca con una nube que me envuelve, un halo que me coquetea con la cadencia de un guiño y una caricia. Observo su negritud tostada en las orillas de la taza. Abro cinco gramos de azúcar morena envuelta y los vuelco en la taza. Remuevo y transformo la celeridad en quietud, removiendo el contenido, preparó mis papilas gustativas y convierto aquel instante en toda una ceremonia, me río del té…
El primer trago me retrotrae al comienzo del confinamiento.
Tras veinte minutos de dilatar, lo máximo posible, cada gota de aquel elixir que conquistó europa siglos atrás, pegunto; qué te debo?, rápidamente escuchó; uno veinte. La camarera miente, debo más, debo ese instante, debo el valor de un momento envuelto en una taza.
Supongo que todo preso “contrae matrimonio” con su primer paso mirando al cielo fuera de las rejas y los cinco metros cuadrados de cemento envuelto a su psique. Yo, di un “sí quiero” al sentir ese fragmento que hacía tres meses atrás pasaba desapercibido, así, mi lunes fue absolutamente especial.
Quizás, toda esta pandemia sirva -en los balances positivos a reflexionar- para eso, para entender un poquito más la vida, comprender que lo importante es el tiempo dedicado a tus hijas y un ritmo de vida en el que no renuncies o dejes de escuchar un “te quiero, papá”. Entender el valor de un viernes por la tarde sin trabajar y sin que se el móvil sea nuestro verdadero jefe. Apple gobierna nuestras vidas. Pasar del estrés en los dedos pulgares y una pantalla, al relax de la caricia con el índice y el medio. Darte cuenta que una receta hecha con tiempo y mimo es todo un regalo en la mesa para tu familia…
Quizás cada confinamiento ha servido para ésto y, por supuesto, para reconocer el valor de una taza de café, uno veinte o quizás mucho más.
Francisco Gallardo
Concejal del Partido Popular en el Ayuntamiento de Rivas Vaciamadrid